viernes, 28 de octubre de 2011
sábado, 4 de abril de 2009
Divide y vencerás.
Es lo que viene a mi mente cuando leo las noticias acerca de la Ley 223 sobre la música autóctona.
Dicen que olvidar es condenarse a repetir la historia. Yo no olvido la forma en que algunos de nosotros navegamos por las turbulentas aguas de los años setenta y ochenta. La misma gente, un poco más vieja, repitiendo los mismos errores. Y los más jóvenes haciendo eco.
Recuerdo las razones por las cuales los desvelos de un grupo de jóvenes soñadores, que intentábamos darle forma a un movimiento cultural que impulsara el trabajo de todos, fueron liquidados en cuestión de nada por acusaciones de traición, ventajería y ambición. No hubo más que sembrar dudas, y todo se vino abajo. ¿Quién ganó? No lo sé, sólo sé que ninguno de nosotros. De ahí en adelante, las luchas fueron individuales, y las alternativas fueron dos: lanzarse a la búsqueda del éxito siguiendo las reglas de juego del poder, o mantenerse trabajando a pulmón, sosteniendo las reglas únicas del artista leal a sí mismo y a su pueblo.
Y hoy la historia se repite más de una vez. Siguiendo las directrices de un par de productores, en el año 2004 la legislatura aprobó una ley cuya intención manifiesta era la de “defender” la “música autóctona”, asegurando un por ciento del presupuesto del estado para pagar presentaciones de artistas que cayeran dentro de esta categoría. Se nombró un comité de “expertos” que definió para el estado el significado de “lo autóctono”. Pobremente trabajada, esta definición quedó oficializada, y se desarrollaron listas de artistas que cumplían con ésta, dejando fuera una pléyade de creadores y creadoras de música que es imposible calificar de ajena, por lo tanto autóctona. Pero al no ser reconocida por el poder, se marginó de la posibilidad de entrar entre las alternativas que las agencias y los municipios podían considerar para contratar.
Hoy, se destapa una parte del desastre que resultó de esa terrible exclusión. Por acomodar a los productores, que no se habían podido beneficiar como esperaban de la ley original, se buscó enmendarla para reducir el por ciento acordado entonces. Esto levantó inmediatamente variadas y emocionales reacciones. Sería interesante estudiar, antes de entrar en polémicas estériles, cuánto benefició la ley, no a esos productores, sino a los artistas a quienes intentaba proteger. Me sospecho que no mucho. Y por lo que está dilucidándose, hizo ricos a los señores equivocados.
Ahora hay otras complicaciones. En vez de analizar las bondades o problemas de la ley, la coyuntura política permite confundir unas voces con otras. Si se critica la ley por excluyente, se interpreta que se está en contra de la misma, y se crean falsas alianzas. No es lo mismo criticar la ley por excluyente que criticarla porque limita la capacidad de los productores de hacer ganancia con toda clase de artistas. Que no piense el Colegio de Productores que pueden crear alianzas con los artistas que reclaman su espacio. Que no se equivoquen pensando que les van a jugar el juego de la destrucción de una ley que, aunque mal hecha, lleva una intención legítima. Enmendar la ley, no para eliminarla o reducir el por ciento, sino para eliminarle el carácter divisorio, no es lo mismo ni se escribe igual.
Y que no se confundan tampoco los que defienden a brazo partido la permanencia de la ley tal y como está. El artista que quedó excluido no va a renunciar a sus críticas por defender ciegamente una ley que a todas luces lo afecta negativamente. Y no por eso se convierte en el enemigo. Y a menos que haya otras motivaciones, no hay razón para no incorporar esas críticas y trabajar hacia un proyecto no excluyente, que incorpore, como originalmente se pensó –y luego se eliminó- a artistas que trabajan músicas sobre la base de muchas tradiciones válidas e importantes que hemos heredado como país. Porque la cultura no es algo que se debe “proteger”; es algo que se debe estimular, fomentar, cultivar, enseñar, compartir, renovar y vivir.
Hace cuatro décadas, en otro lugar del mundo, se publicó un documento que recogió el sentir de los artistas sobre el rumbo de su música nacional. Hoy, releyendo ese documento, reconozco su vigencia a pesar de la distancia geográfica y cronológica. Decían los argentinos de la falsa dicotomía creada entre las músicas citadinas –el tango- y las músicas que ellos llamaron nativas. Denunciaban acerca de la forma en la que los mercaderes, en su afán de lucro, tomaron el tango, música de arrabal, de barriada, de marginalidad, y lo convirtieron en tarjeta postal para vender el país al extranjero, privilegiándolo sobre las formas musicales del interior. Criticando esta falsa dicotomía, que sólo beneficiaba a los mercaderes, lanzaban el llamado a la creación de una música nacional, sin exclusiones, incorporando a todos, los del campo, los de la ciudad, en la búsqueda de esa identidad musical que acompañara la búsqueda de su rumbo de pueblo. Decían en ese entonces los músicos argentinos:
La música autóctona no es un cadáver que hay que embalsamar. Es una forma viva que debe mantenerse vigente porque se usa, porque el público la reclama, porque el artista reconoce sonoridades en ella que le mueven a usarla. La verdadera responsabilidad del estado no es proteger unos géneros: es proteger la capacidad de los artistas de crear sobre las bases de la libertad, asegurar que su creatividad se mueva en el ámbito de los criterios musicales y no los del mercado. Aseguren un por ciento a los artistas, no a los géneros; aquellos que están firmados en una disquera no necesitan protección. Ellos responden ya a unos criterios que los ubican entre los más solicitados. Son los que se escuchan en la radio, los que venden miles de discos, los que aparecen en las revistas de farándula. Ellos no necesitan que el estado los respalde, ya tienen al capital de su lado.
Sin embargo, el país necesita de aquellos artistas comprometidos con su quehacer independientemente de si este vende o no. Esos artistas necesitan ser respaldados por su pueblo. Y el presupuesto que maneja el gobierno es nuestro dinero. Con ese presupuesto, el de su pueblo, el artista debe sentirse respaldado, motivado a crear, libre de ataduras y censuras. Y obligar a un artista a trabajar un género específico para recibir ese respaldo, no es únicamente injusto, es inmoral. Es el país entero respaldando a un artista por encima de otros que lo necesitan igualmente. Y no se trata, como me dijo una persona, de que si esos artistas necesitan una ley, que la creen ellos. Esto es mezquino, egoísta y equivocado. Se trata de crear una ley, si alguna, que incluya a todos. Se trata de darle al país la seguridad de que su música, en sus más variadas manifestaciones, será un recurso vivo que le acompañará en sus luchas. En todas.
Es lo que viene a mi mente cuando leo las noticias acerca de la Ley 223 sobre la música autóctona.
Dicen que olvidar es condenarse a repetir la historia. Yo no olvido la forma en que algunos de nosotros navegamos por las turbulentas aguas de los años setenta y ochenta. La misma gente, un poco más vieja, repitiendo los mismos errores. Y los más jóvenes haciendo eco.
Recuerdo las razones por las cuales los desvelos de un grupo de jóvenes soñadores, que intentábamos darle forma a un movimiento cultural que impulsara el trabajo de todos, fueron liquidados en cuestión de nada por acusaciones de traición, ventajería y ambición. No hubo más que sembrar dudas, y todo se vino abajo. ¿Quién ganó? No lo sé, sólo sé que ninguno de nosotros. De ahí en adelante, las luchas fueron individuales, y las alternativas fueron dos: lanzarse a la búsqueda del éxito siguiendo las reglas de juego del poder, o mantenerse trabajando a pulmón, sosteniendo las reglas únicas del artista leal a sí mismo y a su pueblo.
Y hoy la historia se repite más de una vez. Siguiendo las directrices de un par de productores, en el año 2004 la legislatura aprobó una ley cuya intención manifiesta era la de “defender” la “música autóctona”, asegurando un por ciento del presupuesto del estado para pagar presentaciones de artistas que cayeran dentro de esta categoría. Se nombró un comité de “expertos” que definió para el estado el significado de “lo autóctono”. Pobremente trabajada, esta definición quedó oficializada, y se desarrollaron listas de artistas que cumplían con ésta, dejando fuera una pléyade de creadores y creadoras de música que es imposible calificar de ajena, por lo tanto autóctona. Pero al no ser reconocida por el poder, se marginó de la posibilidad de entrar entre las alternativas que las agencias y los municipios podían considerar para contratar.
Hoy, se destapa una parte del desastre que resultó de esa terrible exclusión. Por acomodar a los productores, que no se habían podido beneficiar como esperaban de la ley original, se buscó enmendarla para reducir el por ciento acordado entonces. Esto levantó inmediatamente variadas y emocionales reacciones. Sería interesante estudiar, antes de entrar en polémicas estériles, cuánto benefició la ley, no a esos productores, sino a los artistas a quienes intentaba proteger. Me sospecho que no mucho. Y por lo que está dilucidándose, hizo ricos a los señores equivocados.
Ahora hay otras complicaciones. En vez de analizar las bondades o problemas de la ley, la coyuntura política permite confundir unas voces con otras. Si se critica la ley por excluyente, se interpreta que se está en contra de la misma, y se crean falsas alianzas. No es lo mismo criticar la ley por excluyente que criticarla porque limita la capacidad de los productores de hacer ganancia con toda clase de artistas. Que no piense el Colegio de Productores que pueden crear alianzas con los artistas que reclaman su espacio. Que no se equivoquen pensando que les van a jugar el juego de la destrucción de una ley que, aunque mal hecha, lleva una intención legítima. Enmendar la ley, no para eliminarla o reducir el por ciento, sino para eliminarle el carácter divisorio, no es lo mismo ni se escribe igual.
Y que no se confundan tampoco los que defienden a brazo partido la permanencia de la ley tal y como está. El artista que quedó excluido no va a renunciar a sus críticas por defender ciegamente una ley que a todas luces lo afecta negativamente. Y no por eso se convierte en el enemigo. Y a menos que haya otras motivaciones, no hay razón para no incorporar esas críticas y trabajar hacia un proyecto no excluyente, que incorpore, como originalmente se pensó –y luego se eliminó- a artistas que trabajan músicas sobre la base de muchas tradiciones válidas e importantes que hemos heredado como país. Porque la cultura no es algo que se debe “proteger”; es algo que se debe estimular, fomentar, cultivar, enseñar, compartir, renovar y vivir.
Hace cuatro décadas, en otro lugar del mundo, se publicó un documento que recogió el sentir de los artistas sobre el rumbo de su música nacional. Hoy, releyendo ese documento, reconozco su vigencia a pesar de la distancia geográfica y cronológica. Decían los argentinos de la falsa dicotomía creada entre las músicas citadinas –el tango- y las músicas que ellos llamaron nativas. Denunciaban acerca de la forma en la que los mercaderes, en su afán de lucro, tomaron el tango, música de arrabal, de barriada, de marginalidad, y lo convirtieron en tarjeta postal para vender el país al extranjero, privilegiándolo sobre las formas musicales del interior. Criticando esta falsa dicotomía, que sólo beneficiaba a los mercaderes, lanzaban el llamado a la creación de una música nacional, sin exclusiones, incorporando a todos, los del campo, los de la ciudad, en la búsqueda de esa identidad musical que acompañara la búsqueda de su rumbo de pueblo. Decían en ese entonces los músicos argentinos:
“Entonces, se perpetró la división artificial y asfixiante entre el cancionero popular ciudadano y el cancionero popular nativo de raíz folklórica. Oscuros intereses han alimentado, hasta la hostilidad, esta división que se hace más acentuada en nuestros días, llevando a autores, intérpretes y público a un antagonismo estéril, creando un falso dilema y escamoteando la cuestión principal que ahora está planteada con más fuerza que nunca; la búsqueda de una música nacional de raíz popular, que exprese al país en su totalidad humana y regional. No por vía de un género único, que sería absurdo, sino por la concurrencia de sus variadas manifestaciones, mientras más formas de expresión tenga un arte, mas rica será la sensibilidad del pueblo al que va dirigido.”
La música autóctona no es un cadáver que hay que embalsamar. Es una forma viva que debe mantenerse vigente porque se usa, porque el público la reclama, porque el artista reconoce sonoridades en ella que le mueven a usarla. La verdadera responsabilidad del estado no es proteger unos géneros: es proteger la capacidad de los artistas de crear sobre las bases de la libertad, asegurar que su creatividad se mueva en el ámbito de los criterios musicales y no los del mercado. Aseguren un por ciento a los artistas, no a los géneros; aquellos que están firmados en una disquera no necesitan protección. Ellos responden ya a unos criterios que los ubican entre los más solicitados. Son los que se escuchan en la radio, los que venden miles de discos, los que aparecen en las revistas de farándula. Ellos no necesitan que el estado los respalde, ya tienen al capital de su lado.
Sin embargo, el país necesita de aquellos artistas comprometidos con su quehacer independientemente de si este vende o no. Esos artistas necesitan ser respaldados por su pueblo. Y el presupuesto que maneja el gobierno es nuestro dinero. Con ese presupuesto, el de su pueblo, el artista debe sentirse respaldado, motivado a crear, libre de ataduras y censuras. Y obligar a un artista a trabajar un género específico para recibir ese respaldo, no es únicamente injusto, es inmoral. Es el país entero respaldando a un artista por encima de otros que lo necesitan igualmente. Y no se trata, como me dijo una persona, de que si esos artistas necesitan una ley, que la creen ellos. Esto es mezquino, egoísta y equivocado. Se trata de crear una ley, si alguna, que incluya a todos. Se trata de darle al país la seguridad de que su música, en sus más variadas manifestaciones, será un recurso vivo que le acompañará en sus luchas. En todas.
martes, 29 de enero de 2008
Reflexiones en torno a la solidaridad
“Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.”
José Martí
Reflexiones en torno a la solidaridad
Por: Zoraida Santiago
La cita de epígrafe describe a perfección la importancia de vivir agradecida. Agradecida de los amigos, con todas sus imperfecciones. Agradecida de que ellos te perdonan –aunque critiquen- las tuyas. Agradecida de los que sueñan contigo, de los que proponen y disponen. De los que te acompañan en los proyectos simples y complejos. De los que te brindan la oportunidad de crecer y aprender. De los soles que iluminan la vida de cada cual, aunque tengan manchas. Es la conciencia de que la propia existencia depende enteramente de los que te rodean. Y también de que las acciones de éstos hacia ti dependen de las tuyas hacia ellos. Esa dialéctica de la existencia humana no es evidente en una sociedad donde se piensa que el éxito depende enteramente del individuo. Es contra esa idea que el cooperativismo propone su alternativa: nadie triunfa solo, o si lo hace, es a costa de la explotación de otros, con el efecto secundario de la degradación de las relaciones humanas que se evidencia constantemente en la violencia social que vivimos. El cooperativismo supone unión de fuerzas, no mediante el sacrificio de la aspiración a metas personales, sino precisamente por el reconocimiento de que esta unión facilitará la consecución de esas metas mediante la realización de actividades que impulsen todos esos proyectos individuales, con justicia y equidad, sin explotación.
Esa visión es considerada utópica por los que asumen que la codicia y la ambición son naturaleza humana, que las traemos en los genes cuando nacemos, y por más que tratemos no lo vamos a cambiar. Es el discurso conservador que pone constantes tranquillas al desarrollo de una ética cooperativista y solidaria. La sospecha siempre asoma su nefasto rostro en los mejores proyectos, creando sombra sobre cada acción, cada gesto, cada palabra. Claro está, esto no hace más que limitar y sabotear las posibilidades de subvertir el discurso de la “naturaleza humana”; abandonamos la solidaridad tan pronto asoma la sospecha, y triunfa, como en trágica noria maquiavélica, la competencia entre los que pudieron subvertirla. Mientras tanto, allá en la altura se ríen los cínicos, los incrédulos y los que justifican las relaciones sociales de explotación con el presupuesto de que sólo triunfan los más listos. Esta equivocación en el ejercicio de identificar al verdadero enemigo se nutre de la confusión creada por el discurso del poder que califica al otro como el enemigo natural, cualquiera que sea ese otro. No importa si comparten dificultades, visiones de mundo, gustos, valores, nada de eso importa porque lo que prima es la mirada sospechosa.
Por supuesto, también hay aquellos que no pueden elevarse por encima de las mociones egoístas de la vanagloria personal, esa vanidosa hipocresía que nos deja vacíos, al sacrificarse para ello el goce del abrazo y del amor. Sobre todo en el área del “espectáculo,” nace la envidia del triunfo del otro, porque se asume que si el otro triunfa ocupará el espacio que sólo está reservado para pocos. En esto hay algo de realidad, porque la música dejó de ser algo que se comparte para convertirse en algo que se vende. El mercado es limitado, y responde a una lógica de la competencia que no es compatible con la lógica de la solidaridad. Es por eso que la propuesta cooperativista es revolucionaria. Pero no porque en sí misma suponga una transformación de la base social de producción. Lo que sí supone es una transformación radical de la cultura del individualismo, abriendo las posibilidades a la experiencia viva de la solidaridad. Quizás es muy temprano, pero pienso que según vivamos la experiencia de la cooperación, vamos a ir dejando atrás las malas mañas de la competitividad y suplantándolas con la alegría que brinda el esfuerzo y los frutos compartidos.
En el caso de l@s cantautor@s, es un enorme reto enfrentarse a una industria que se construye sobre la fabricación de una imagen y un sonido para la venta de discos compactos, películas, conciertos, camisetas, gorras, calcomanías, y todo lo que acompaña al supuesto “artista” hacia el estrellato. El reto consiste en buscar formas autónomas para impulsar el trabajo de los artistas fuera del contexto de la industria, o lejos de las garras de los grandes capitales, y a la vez, crear redes de apoyo que permitan a ese movimiento sobrevivir sin tener que someterse a las leyes del mercado. Eso requiere que los artistas en su carácter individual decidan entrar en una especie de “acuerdo” entre ellos de que todos van a participar de este experimento. Requiere quizás también sacrificar la posibilidad de convertirse en una de esas “estrellas” que se pueden contar con los dedos de la mano, pero cuya suerte es promocionada como una de las mejores cosas que le puede pasar a cualquier ser humano. Evidencia de ello es el interés voyeurista de la gente en averiguar cosas íntimas de estas estrellas; ahí tenemos las revistas de chismografía y de farándula, los famosos paparazzi, los programas de TV que nos enseñan las casas de los famosos y como viven, los viajes en barco por la costa miamiense para observar de lejos las mansiones donde habitan. El espectáculo suplanta la vida misma. Y el artista llega a querer vivir dentro de ese escenario y no fuera, porque el valor de hacer arte es superado por el discurso que asigna al “éxito” un valor aún mayor.
La decisión de un artista de negarse la posibilidad de este éxito es una enteramente personal. Depende de muchos factores pero sobre todo se debe reconocer que es una decisión que conlleva una pérdida de posibilidades. La clave está en convencerse de que frente a esa pérdida se abren otras puertas. No solamente puertas colectivas, sino también al logro personal. Es por eso que el cooperativismo se convierte en una alternativa para el artista que aspira al éxito como artista y no como estrella. Pero es una alternativa difícil y exige sacrificios y una conciencia constante del lugar que se ocupa en la colectividad, de las metas, de los pasos a seguir. Dado que es una experiencia básicamente nueva, casi diríamos que se va tanteando el camino y reflexionando, tomando decisiones a cada paso. Puede que haya equivocaciones, las habrá sin duda. Cuando las haya, algunos irán al seno del grupo a discutirlas. Otros recurrirán a las viejas formas del poder. Éstos, si no reflexionan a tiempo, o si en su fuero interno están convencidos del egoísmo natural del prójimo, se quedarán en el camino y no podrán superar las dificultades y las confusiones. Sabemos que ese camino hay también angustia, desesperanza, decepciones, dudas…pero la ruta está trazada y la necesidad impone la pauta hacia la persistencia y el logro.
En la construcción de los proyectos novedosos y que anuncian futuros, hay que estar vigilantes. Podemos identificar actitudes y saber quiénes están claros y quiénes no. Aquellos que entienden dónde están y hacia dónde se dirigen, sortearán toda clase de trampas y se mantendrán. Propondrán en vez de esperar a que se les permita tomar esos nuevos rumbos. Serán solidarios. Otros, entrampados en la sospecha, buscarán agarrarse de lo más retrógrada –buscarán a las autoridades para que castiguen al sospechoso, reclamarán los reglamentos y las leyes, se aferrarán a la versión de la justicia desde el poder. Serán ancla en vez de velas. Por sus hechos los conoceréis: los cobardes levantarán los demonios de la sospecha, las acusaciones, los intentos de hacer daño, para conjurar los nuevos tiempos. Los mejores, los más diáfanos, seguirán imperturbables porque apostaron a lo imposible y han saboreado los frutos. Pero con todo, será penoso, porque supondrá la pérdida de algunos que pudieron haber compartido esos frutos, y en el proceso se acobardaron, miraron hacia atrás y quedaron convertidos en estatuas de sal. Habrá triunfado entonces –aunque sólo temporalmente- el egoísmo inútil. Pero sólo supondrá un pequeño escollo en el camino inevitable hacia la madurez social de pensarnos –a nuestra especie- como un solo cuerpo habitando el planeta.
José Martí
Reflexiones en torno a la solidaridad
Por: Zoraida Santiago
La cita de epígrafe describe a perfección la importancia de vivir agradecida. Agradecida de los amigos, con todas sus imperfecciones. Agradecida de que ellos te perdonan –aunque critiquen- las tuyas. Agradecida de los que sueñan contigo, de los que proponen y disponen. De los que te acompañan en los proyectos simples y complejos. De los que te brindan la oportunidad de crecer y aprender. De los soles que iluminan la vida de cada cual, aunque tengan manchas. Es la conciencia de que la propia existencia depende enteramente de los que te rodean. Y también de que las acciones de éstos hacia ti dependen de las tuyas hacia ellos. Esa dialéctica de la existencia humana no es evidente en una sociedad donde se piensa que el éxito depende enteramente del individuo. Es contra esa idea que el cooperativismo propone su alternativa: nadie triunfa solo, o si lo hace, es a costa de la explotación de otros, con el efecto secundario de la degradación de las relaciones humanas que se evidencia constantemente en la violencia social que vivimos. El cooperativismo supone unión de fuerzas, no mediante el sacrificio de la aspiración a metas personales, sino precisamente por el reconocimiento de que esta unión facilitará la consecución de esas metas mediante la realización de actividades que impulsen todos esos proyectos individuales, con justicia y equidad, sin explotación.
Esa visión es considerada utópica por los que asumen que la codicia y la ambición son naturaleza humana, que las traemos en los genes cuando nacemos, y por más que tratemos no lo vamos a cambiar. Es el discurso conservador que pone constantes tranquillas al desarrollo de una ética cooperativista y solidaria. La sospecha siempre asoma su nefasto rostro en los mejores proyectos, creando sombra sobre cada acción, cada gesto, cada palabra. Claro está, esto no hace más que limitar y sabotear las posibilidades de subvertir el discurso de la “naturaleza humana”; abandonamos la solidaridad tan pronto asoma la sospecha, y triunfa, como en trágica noria maquiavélica, la competencia entre los que pudieron subvertirla. Mientras tanto, allá en la altura se ríen los cínicos, los incrédulos y los que justifican las relaciones sociales de explotación con el presupuesto de que sólo triunfan los más listos. Esta equivocación en el ejercicio de identificar al verdadero enemigo se nutre de la confusión creada por el discurso del poder que califica al otro como el enemigo natural, cualquiera que sea ese otro. No importa si comparten dificultades, visiones de mundo, gustos, valores, nada de eso importa porque lo que prima es la mirada sospechosa.
Por supuesto, también hay aquellos que no pueden elevarse por encima de las mociones egoístas de la vanagloria personal, esa vanidosa hipocresía que nos deja vacíos, al sacrificarse para ello el goce del abrazo y del amor. Sobre todo en el área del “espectáculo,” nace la envidia del triunfo del otro, porque se asume que si el otro triunfa ocupará el espacio que sólo está reservado para pocos. En esto hay algo de realidad, porque la música dejó de ser algo que se comparte para convertirse en algo que se vende. El mercado es limitado, y responde a una lógica de la competencia que no es compatible con la lógica de la solidaridad. Es por eso que la propuesta cooperativista es revolucionaria. Pero no porque en sí misma suponga una transformación de la base social de producción. Lo que sí supone es una transformación radical de la cultura del individualismo, abriendo las posibilidades a la experiencia viva de la solidaridad. Quizás es muy temprano, pero pienso que según vivamos la experiencia de la cooperación, vamos a ir dejando atrás las malas mañas de la competitividad y suplantándolas con la alegría que brinda el esfuerzo y los frutos compartidos.
En el caso de l@s cantautor@s, es un enorme reto enfrentarse a una industria que se construye sobre la fabricación de una imagen y un sonido para la venta de discos compactos, películas, conciertos, camisetas, gorras, calcomanías, y todo lo que acompaña al supuesto “artista” hacia el estrellato. El reto consiste en buscar formas autónomas para impulsar el trabajo de los artistas fuera del contexto de la industria, o lejos de las garras de los grandes capitales, y a la vez, crear redes de apoyo que permitan a ese movimiento sobrevivir sin tener que someterse a las leyes del mercado. Eso requiere que los artistas en su carácter individual decidan entrar en una especie de “acuerdo” entre ellos de que todos van a participar de este experimento. Requiere quizás también sacrificar la posibilidad de convertirse en una de esas “estrellas” que se pueden contar con los dedos de la mano, pero cuya suerte es promocionada como una de las mejores cosas que le puede pasar a cualquier ser humano. Evidencia de ello es el interés voyeurista de la gente en averiguar cosas íntimas de estas estrellas; ahí tenemos las revistas de chismografía y de farándula, los famosos paparazzi, los programas de TV que nos enseñan las casas de los famosos y como viven, los viajes en barco por la costa miamiense para observar de lejos las mansiones donde habitan. El espectáculo suplanta la vida misma. Y el artista llega a querer vivir dentro de ese escenario y no fuera, porque el valor de hacer arte es superado por el discurso que asigna al “éxito” un valor aún mayor.
La decisión de un artista de negarse la posibilidad de este éxito es una enteramente personal. Depende de muchos factores pero sobre todo se debe reconocer que es una decisión que conlleva una pérdida de posibilidades. La clave está en convencerse de que frente a esa pérdida se abren otras puertas. No solamente puertas colectivas, sino también al logro personal. Es por eso que el cooperativismo se convierte en una alternativa para el artista que aspira al éxito como artista y no como estrella. Pero es una alternativa difícil y exige sacrificios y una conciencia constante del lugar que se ocupa en la colectividad, de las metas, de los pasos a seguir. Dado que es una experiencia básicamente nueva, casi diríamos que se va tanteando el camino y reflexionando, tomando decisiones a cada paso. Puede que haya equivocaciones, las habrá sin duda. Cuando las haya, algunos irán al seno del grupo a discutirlas. Otros recurrirán a las viejas formas del poder. Éstos, si no reflexionan a tiempo, o si en su fuero interno están convencidos del egoísmo natural del prójimo, se quedarán en el camino y no podrán superar las dificultades y las confusiones. Sabemos que ese camino hay también angustia, desesperanza, decepciones, dudas…pero la ruta está trazada y la necesidad impone la pauta hacia la persistencia y el logro.
En la construcción de los proyectos novedosos y que anuncian futuros, hay que estar vigilantes. Podemos identificar actitudes y saber quiénes están claros y quiénes no. Aquellos que entienden dónde están y hacia dónde se dirigen, sortearán toda clase de trampas y se mantendrán. Propondrán en vez de esperar a que se les permita tomar esos nuevos rumbos. Serán solidarios. Otros, entrampados en la sospecha, buscarán agarrarse de lo más retrógrada –buscarán a las autoridades para que castiguen al sospechoso, reclamarán los reglamentos y las leyes, se aferrarán a la versión de la justicia desde el poder. Serán ancla en vez de velas. Por sus hechos los conoceréis: los cobardes levantarán los demonios de la sospecha, las acusaciones, los intentos de hacer daño, para conjurar los nuevos tiempos. Los mejores, los más diáfanos, seguirán imperturbables porque apostaron a lo imposible y han saboreado los frutos. Pero con todo, será penoso, porque supondrá la pérdida de algunos que pudieron haber compartido esos frutos, y en el proceso se acobardaron, miraron hacia atrás y quedaron convertidos en estatuas de sal. Habrá triunfado entonces –aunque sólo temporalmente- el egoísmo inútil. Pero sólo supondrá un pequeño escollo en el camino inevitable hacia la madurez social de pensarnos –a nuestra especie- como un solo cuerpo habitando el planeta.
martes, 11 de diciembre de 2007
viernes, 7 de diciembre de 2007
domingo, 29 de julio de 2007
Mi espacio
En estos días de asueto, he invertido parte de mi escaso tiempo, para mi sorpresa, en la confección de un "sitio" en mySpace. Debe ser que mis contactos con los jóvenes que siempre me rodean me han contagiado. Debe ser que le doy importancia a la comunicación vía internet para darle un poco de sentido al tiempo y esfuerzo que pongo en la música. Lo cierto es que me he metido de cabeza (aunque un poco tímidamente, lo confieso) a tratar de entender el lenguaje de ese sitio tan visitado por -creo yo- las jóvenes generaciones. Me siento un poco rara haciendo un "miespacio". Es como un espacio común (¿mío?) donde se encuentran intereses y se trata de negar un poco la soledad a la que estamos sometidos encerrados en el espacio de una habitación donde solo estamos yo y la computadora. Como sea, si alguien pasa por aquí, le pido que visite ese espacio que estoy trabajando aunque sea para entretenerme un rato. Está en myspace.com/zoraidas.
viernes, 4 de mayo de 2007
Los medios de incomunicacion
Es sorpendente la cantidad de trabajo que pasa una para que los medios sean verdaderos medios de comunicación y comuniquen acerca de lo que una hace. Ya sé, como socióloga debería saber que no lo son, que son meramente un medio de promoción. Pero, caramba, qué trabajo da acostumbrarse a esa realidad, máxime cuando ellos, con bombos y platillos, continuamente se publicitan a sí mismos, asegurando al "pueblo" que les dan lo que ellos quieren. No en balde Silvio gritaba y gritaba "la rabia el grito se lo lleva el viento." Llega una a pensar que es un bloqueo sistemático de a propósito, con premeditación y alevosía. Pero no. Es el resultado de unas circunstancias en las que carecemos del poder necesario para buscar un lugar en ese mundo donde lo que prima es la venta. Y como para nosotros eso no es lo que prima, pues no estamos. Y ya. ¿Qué hacer? Pues buscar ese poder, donde esté, en la comunidad, en la tecnología, en la solidaridad, en el internet, en las calles, en la voz que nadie nos quita. Sobre todo, comunicándonos, rompiendo ese muro que nos relega a los márgenes, haciéndonos presentes en cada lugar, en cada corazón, uno a uno si es necesario. Eso hacemos.
Uno de los medios que podemos utilizar es éste. Por eso, y porque no hay para este trabajo televisión, ni radio, ni prensa escrita ni nada, "posteamos" nuestro propio video en el internet. Por lo menos todavía no nos cobran por ello. Esta canción es parte del repertorio de nuestro concierto "Tantas canciones" en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico. Nadie lo cubrió, ni siquiera Claridad. Meses de ensayo, diseños de luces, escenografía, actuación, el mejor sonido que se ha escuchado en el teatro, veintiseis canciones, emoción, lágrimas y risas...todo esto se perdió de saberlo la gente. Muros de silencio en los medios. Rompámoslos.
Uno de los medios que podemos utilizar es éste. Por eso, y porque no hay para este trabajo televisión, ni radio, ni prensa escrita ni nada, "posteamos" nuestro propio video en el internet. Por lo menos todavía no nos cobran por ello. Esta canción es parte del repertorio de nuestro concierto "Tantas canciones" en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico. Nadie lo cubrió, ni siquiera Claridad. Meses de ensayo, diseños de luces, escenografía, actuación, el mejor sonido que se ha escuchado en el teatro, veintiseis canciones, emoción, lágrimas y risas...todo esto se perdió de saberlo la gente. Muros de silencio en los medios. Rompámoslos.
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