martes, 29 de enero de 2008

Reflexiones en torno a la solidaridad

“Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.”
José Martí


Reflexiones en torno a la solidaridad
Por: Zoraida Santiago

La cita de epígrafe describe a perfección la importancia de vivir agradecida. Agradecida de los amigos, con todas sus imperfecciones. Agradecida de que ellos te perdonan –aunque critiquen- las tuyas. Agradecida de los que sueñan contigo, de los que proponen y disponen. De los que te acompañan en los proyectos simples y complejos. De los que te brindan la oportunidad de crecer y aprender. De los soles que iluminan la vida de cada cual, aunque tengan manchas. Es la conciencia de que la propia existencia depende enteramente de los que te rodean. Y también de que las acciones de éstos hacia ti dependen de las tuyas hacia ellos. Esa dialéctica de la existencia humana no es evidente en una sociedad donde se piensa que el éxito depende enteramente del individuo. Es contra esa idea que el cooperativismo propone su alternativa: nadie triunfa solo, o si lo hace, es a costa de la explotación de otros, con el efecto secundario de la degradación de las relaciones humanas que se evidencia constantemente en la violencia social que vivimos. El cooperativismo supone unión de fuerzas, no mediante el sacrificio de la aspiración a metas personales, sino precisamente por el reconocimiento de que esta unión facilitará la consecución de esas metas mediante la realización de actividades que impulsen todos esos proyectos individuales, con justicia y equidad, sin explotación.
Esa visión es considerada utópica por los que asumen que la codicia y la ambición son naturaleza humana, que las traemos en los genes cuando nacemos, y por más que tratemos no lo vamos a cambiar. Es el discurso conservador que pone constantes tranquillas al desarrollo de una ética cooperativista y solidaria. La sospecha siempre asoma su nefasto rostro en los mejores proyectos, creando sombra sobre cada acción, cada gesto, cada palabra. Claro está, esto no hace más que limitar y sabotear las posibilidades de subvertir el discurso de la “naturaleza humana”; abandonamos la solidaridad tan pronto asoma la sospecha, y triunfa, como en trágica noria maquiavélica, la competencia entre los que pudieron subvertirla. Mientras tanto, allá en la altura se ríen los cínicos, los incrédulos y los que justifican las relaciones sociales de explotación con el presupuesto de que sólo triunfan los más listos. Esta equivocación en el ejercicio de identificar al verdadero enemigo se nutre de la confusión creada por el discurso del poder que califica al otro como el enemigo natural, cualquiera que sea ese otro. No importa si comparten dificultades, visiones de mundo, gustos, valores, nada de eso importa porque lo que prima es la mirada sospechosa.
Por supuesto, también hay aquellos que no pueden elevarse por encima de las mociones egoístas de la vanagloria personal, esa vanidosa hipocresía que nos deja vacíos, al sacrificarse para ello el goce del abrazo y del amor. Sobre todo en el área del “espectáculo,” nace la envidia del triunfo del otro, porque se asume que si el otro triunfa ocupará el espacio que sólo está reservado para pocos. En esto hay algo de realidad, porque la música dejó de ser algo que se comparte para convertirse en algo que se vende. El mercado es limitado, y responde a una lógica de la competencia que no es compatible con la lógica de la solidaridad. Es por eso que la propuesta cooperativista es revolucionaria. Pero no porque en sí misma suponga una transformación de la base social de producción. Lo que sí supone es una transformación radical de la cultura del individualismo, abriendo las posibilidades a la experiencia viva de la solidaridad. Quizás es muy temprano, pero pienso que según vivamos la experiencia de la cooperación, vamos a ir dejando atrás las malas mañas de la competitividad y suplantándolas con la alegría que brinda el esfuerzo y los frutos compartidos.
En el caso de l@s cantautor@s, es un enorme reto enfrentarse a una industria que se construye sobre la fabricación de una imagen y un sonido para la venta de discos compactos, películas, conciertos, camisetas, gorras, calcomanías, y todo lo que acompaña al supuesto “artista” hacia el estrellato. El reto consiste en buscar formas autónomas para impulsar el trabajo de los artistas fuera del contexto de la industria, o lejos de las garras de los grandes capitales, y a la vez, crear redes de apoyo que permitan a ese movimiento sobrevivir sin tener que someterse a las leyes del mercado. Eso requiere que los artistas en su carácter individual decidan entrar en una especie de “acuerdo” entre ellos de que todos van a participar de este experimento. Requiere quizás también sacrificar la posibilidad de convertirse en una de esas “estrellas” que se pueden contar con los dedos de la mano, pero cuya suerte es promocionada como una de las mejores cosas que le puede pasar a cualquier ser humano. Evidencia de ello es el interés voyeurista de la gente en averiguar cosas íntimas de estas estrellas; ahí tenemos las revistas de chismografía y de farándula, los famosos paparazzi, los programas de TV que nos enseñan las casas de los famosos y como viven, los viajes en barco por la costa miamiense para observar de lejos las mansiones donde habitan. El espectáculo suplanta la vida misma. Y el artista llega a querer vivir dentro de ese escenario y no fuera, porque el valor de hacer arte es superado por el discurso que asigna al “éxito” un valor aún mayor.
La decisión de un artista de negarse la posibilidad de este éxito es una enteramente personal. Depende de muchos factores pero sobre todo se debe reconocer que es una decisión que conlleva una pérdida de posibilidades. La clave está en convencerse de que frente a esa pérdida se abren otras puertas. No solamente puertas colectivas, sino también al logro personal. Es por eso que el cooperativismo se convierte en una alternativa para el artista que aspira al éxito como artista y no como estrella. Pero es una alternativa difícil y exige sacrificios y una conciencia constante del lugar que se ocupa en la colectividad, de las metas, de los pasos a seguir. Dado que es una experiencia básicamente nueva, casi diríamos que se va tanteando el camino y reflexionando, tomando decisiones a cada paso. Puede que haya equivocaciones, las habrá sin duda. Cuando las haya, algunos irán al seno del grupo a discutirlas. Otros recurrirán a las viejas formas del poder. Éstos, si no reflexionan a tiempo, o si en su fuero interno están convencidos del egoísmo natural del prójimo, se quedarán en el camino y no podrán superar las dificultades y las confusiones. Sabemos que ese camino hay también angustia, desesperanza, decepciones, dudas…pero la ruta está trazada y la necesidad impone la pauta hacia la persistencia y el logro.
En la construcción de los proyectos novedosos y que anuncian futuros, hay que estar vigilantes. Podemos identificar actitudes y saber quiénes están claros y quiénes no. Aquellos que entienden dónde están y hacia dónde se dirigen, sortearán toda clase de trampas y se mantendrán. Propondrán en vez de esperar a que se les permita tomar esos nuevos rumbos. Serán solidarios. Otros, entrampados en la sospecha, buscarán agarrarse de lo más retrógrada –buscarán a las autoridades para que castiguen al sospechoso, reclamarán los reglamentos y las leyes, se aferrarán a la versión de la justicia desde el poder. Serán ancla en vez de velas. Por sus hechos los conoceréis: los cobardes levantarán los demonios de la sospecha, las acusaciones, los intentos de hacer daño, para conjurar los nuevos tiempos. Los mejores, los más diáfanos, seguirán imperturbables porque apostaron a lo imposible y han saboreado los frutos. Pero con todo, será penoso, porque supondrá la pérdida de algunos que pudieron haber compartido esos frutos, y en el proceso se acobardaron, miraron hacia atrás y quedaron convertidos en estatuas de sal. Habrá triunfado entonces –aunque sólo temporalmente- el egoísmo inútil. Pero sólo supondrá un pequeño escollo en el camino inevitable hacia la madurez social de pensarnos –a nuestra especie- como un solo cuerpo habitando el planeta.